De nuestro compi Antonio Fernandez
La "Estoria de España"
fue el primer libro histórico de nuestros anales, escrito a iniciativa
de Alfonso X El Sabio. Alberga, cronológicamente, desde los orígenes
bíblicos y legendarios de España hasta la inmediata historia de Castilla
bajo Fernando III. Menéndez Pidal publicó en 1.906 una edición de la misma, titulada "Primera Crónica General".
Desde entonces hasta el
presente se han publicado infinitas versiones de nuestra azarosa
cronología patria; en ninguno de los casos con la necesaria neutralidad y
mucho menos cuando se trató de su divulgación docente.
Si partimos desde
nuestros más ancestrales y supuestamente destacados hechos históricos e
intentamos, desde allí, progresar en su sucesivo devenir temporal,
valiéndonos para ello de los oficiales textos destinados a la formación
de los jóvenes españoles desde el siglo XVIII hasta nuestros días,
observaremos destacada y casi permanentemente, un exacerbado
patrioterismo (falaz e interesado), paralelo y homologable a la
ideología imperante y generalmente impuesta por cada particular forma de
estado con el que iba coincidiendo en su corresponsable y coetánea
fórmula cronológica educativa (en mi caso, por ejemplo, memoricé muy
bien la" natalidad española" del luso Viriato).
Entre estos
probablemente condicionados y maniqueos historiadores, afortunadamente
se dieron también, por contra, honrosísimas y elogiables excepciones,
inmediatamente repudiados y marginados, "per saécula saeculorum", por
decisión irrevocable de los dirigentes del orden establecido de turno.
De entre estos ilustres,
escasos y hasta institucionalmente mancillados intelectuales me permito
destacar hoy a mi personal auténtico maestro de la Historia de España,
Pí y Margall, cuyos textos, algo postreramente leídos, pero sólida y
profundamente asumidos por mí, permanecerán siempre frescos y
consolidados en el ya provecto "cacúmen" que aún conservo.
Las lecturas de su
inigualable autoría vinieron a reestructurar, rectificar y reciclar mis
supuestos datos históricos memorizados, ya en aquél tiempo, sobrada y
hasta prescritamente evaluados.
Fue, sobre todo su obra
"La historia de España en el siglo XIX" (compartida con su hijo, Pí y
Arsuaga), la que terminó por despejarme del barullo historiográfico al
que me habían subyugado durante mi primera y segunda enseñanza
académicas, propio, consecuente e inevitable de aquélla "Formación del
Espíritu Nacional" del entonces muy vigente régimen franquista.
Fue, creo, la lectura
clandestina de aquéllos primeros libros (arcana y secretamente
obtenidos) los que seguidamente me empujaron a la de otros no menos
prohibidos. El estudio progresivo de aquéllas proscritas y perseguidas
publicaciones fueron madurándome, sobre todo políticamente, e inicié mi
personal y por entonces aún sorda lucha contra aquél régimen amordazante
y vengativo.
Me hicieron falta
todavía algunos años más para poder pasar a la acción y colaboración
directas, a través de determinada oculta organización socialista local.
Y desde esas fechas
fueron acaeciendo en España, en vertiginosa sucesión, hechos
trascendentes, sociales y políticos; algunos altamente positivos, de
claro avance hacia la tan ansiada y perseguida democracia; otros fueron,
para mí y mis grupos ideológicos, de desencanto y defraudación; hubimos
de registrar muy impredecibles traiciones, vivir muy dolorosas e
irreversibles renuncias, dolorosas, irreversibles ...
Pero una de las cosas
que no me podrán arrebatar (a menos que mi senil memoria me empiece a
fallar) es de aquél espíritu rebelde del que mi pretérita juventud supo
impregnarme, de mi pasión casi patológica por la literatura, mi hambre
nunca satisfecha de conocimiento, pero sobre todo de mi republicanismo
recalcitrante, de mi anticlericalismo, de mi convencido ateísmo, de mi
prioritario humanismo, de mi pacifismo a ultranza, de mi militante lucha
socialista (ahora más identificado con la más racional y coherente idea
ECOSOCIALISTA).
Y volviendo a recordar a este mi querido, maestro Pí y Margall, transcribo de su programa político básico:
-"La república federal, como forma de gobierno, frente a cualquier forma de monarquía, o república unitaria".
De nuestra futura
historia desconozco qué se dirá, pero seguro estoy de que no podrán
enmascarar la obscena referencia al "apaño" denigrante recién
perpetrado: el indigerible hecho de que en el siglo XXI, en España, se
siguieron heredando reinados, de padres a hijos, como puede heredarse un
piso, una finca, o un chalecito de la costa mediterránea; supone un
chapucero y evidente e innegable anacronismo medieval, injustificado,
"conchavado" por los representantes populares electos e institucionales y
que quedará indeleblemente reseñado en las próximas crónicas
nacionales.
Nuestro país, el de la histórica Inquisición y el Nacional Catolicismo, el que ignoró la progresía del Protestantismo, el que desechó la verdadera Ilustración, el del cáusticamente denominado Siglo de Oro, el que obvió las enseñanzas resultantes de la Revolución francesa, está ya obligada de una vez por todas, a entrar en la política de la modernidad y de los Derechos Humanos.
La República no es solo más democrática y la monarquía (por muy constitucional que pueda ser) su mayor antítesis por obsolescencia e irracionalidad, sino que la República también constituye la forma de gobierno más eficaz y adaptativa a los actuales tiempos. Entre los países más avanzados y salvo muy raras excepciones (generalmente por arcaicos costumbrismos) prevalecen de forma general las repúblicas de ámbito federal; son claramente y entre otras muchas ventajas diferenciales, las que ofrecen más naturales cauces de participación ciudadana; y este acertado criterio está siendo asumido, de forma progresiva y natural, por el propio pueblo español que va despertando de su prolongado letargo y del falso, traidor y anestesiante mito de la Transición, e intuye ya, en un horizonte muy cercano, la destellante alborada tricolor de la III Tercera República Federal Española.
Nuestro país, el de la histórica Inquisición y el Nacional Catolicismo, el que ignoró la progresía del Protestantismo, el que desechó la verdadera Ilustración, el del cáusticamente denominado Siglo de Oro, el que obvió las enseñanzas resultantes de la Revolución francesa, está ya obligada de una vez por todas, a entrar en la política de la modernidad y de los Derechos Humanos.
La República no es solo más democrática y la monarquía (por muy constitucional que pueda ser) su mayor antítesis por obsolescencia e irracionalidad, sino que la República también constituye la forma de gobierno más eficaz y adaptativa a los actuales tiempos. Entre los países más avanzados y salvo muy raras excepciones (generalmente por arcaicos costumbrismos) prevalecen de forma general las repúblicas de ámbito federal; son claramente y entre otras muchas ventajas diferenciales, las que ofrecen más naturales cauces de participación ciudadana; y este acertado criterio está siendo asumido, de forma progresiva y natural, por el propio pueblo español que va despertando de su prolongado letargo y del falso, traidor y anestesiante mito de la Transición, e intuye ya, en un horizonte muy cercano, la destellante alborada tricolor de la III Tercera República Federal Española.
¡AMÉN!. ¡SALUD Y REPÚBLICA!.
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