He
oído hasta la saciedad, a casi todos nuestros representantes públicos
(locales, autonómicos y nacionales), y en cuantas ocasiones han creído
conveniente (excesivas, a mi parecer), que en el ejercicio de sus
respectivas profesiones percibían mucho más elevados emolumentos que en
sus electos cargos oficiales.
Yo, con absoluta sinceridad, me permito dudarlo. Sabido es el enorme
atractivo del poder, para algunos hasta para llegar a formar núcleo
integrante y vital de su más egocéntrica personalidad. Algunos
individuos, he podido comprobar, al perder, por cualquier razón posible,
este determinado poder (hoy se pueden presentar, de improviso,
múltiples variables), han entrado en profundas, incluso en muy graves
patologías depresivas, incapaces de asumir los avatares que la vida
profesional, o personal les va (como a todo hijo de vecino) haciendo
llegar.
Pero también he podido confirmar que, en nuestra
educación (creo más bien, alienación) occidental, competitiva y
consumista propia del "libre mercado", por encima incluso del hambre de
preeminencia social, reconocimiento profesional y ansias de poder
personal, el individuo persigue con mucha mayor vehemencia atesorar las
mayores riquezas posibles (en bienes muebles e inmuebles y dinerarias).
Muchas de las veces sin tiempo fáctico para su disfrute, pero en todo
caso y siempre, para evidenciar la distinción de su clase, así como para
su presunción y envanecimiento públicos.
Estos aspectos
descritos, de corriente interpretación psicológica sobre la personalidad
humana, supuestamente debieran ser comunes a todos los individuos
integrantes en nuestra sociedad occidental, sin embargo, y es una
interpretación personal, a la vista de lo observado muy reiteradamente
ya en nuestro país, sólo en muy puntuales y elogiables ocasiones hemos
podido registrar alguna renuncia personal a cargo político, y en todo
caso con reticencias casi siempre y con arduas dificultades.
Si
resultase cierto que estos representantes de lo público pierden dinero
en su ejercicio respecto del más propio de su oficio, tal como aseguran,
y si sus máximos objetivos de vida y sociales se corresponden con los
descritos más arriba, no acabo de entender la férrea resistencia al
cargo que muestran, al menos en España.
Porque lo que no
podemos negar es que en otros países de nuestro entorno los
comportamientos suelen ser muy diferentes. Yo no estoy dispuesto a
reconocer como típico e idiosincrásico defecto hispano esta distinción
tan claramente peyorativa, ni que nuestros egoísmos personales sean
exclusivos de la tierra ibérica, sino más bien querría achacárselo a
súbitos ataques de malinterpretada hiper-responsabilidad personal, es
decir: ... de querer "morir con las botas puestas".
Y como me
habréis de reconocer, esta otra absolutamente ética razón, otorga
integridad sin tacha, honorabilidad y reconocimiento a nuestro tan amado
e ínclito actual Presidente del Gobierno.
¡Gloria a Rajoy,
prístino y fiel servidor del Estado!, ¡Te saludamos, oh César
inigualable!. ¡Y también te despedimos con loas a tu inmarcesible pureza
de alma y de "conciencia"! ¡ADIÓS PARA SIEMPRE, NUNCA OLVIDAREMOS TUS
SERVICIOS!
del FB de Antonio Fernandez Diaz
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