De DAVID TORRES para Público.es.
Querido policía, déjame felicitarte por lo de ayer [martes]. Te portaste
como un hombre, te ganaste a base de porrazos la paga extra que te
habían quitado y cumpliste a la perfección el encargo de apalear al
pueblo.
Es cierto que para otras cosas, la verdad, no vales, por ejemplo, eres
incapaz de distinguir un hueso de pollo de un hueso de niño, con lo cual
una simple investigación por asesinato acaba transformándose en un
circo mediático y un pobre paleto te chulea durante meses, pero es que
tú no estás para eso, querido policía, a ti no te pagan para pensar ni
para sumar dos y dos siquiera. Lo tuyo es intimidar, montar follón,
colarte dentro de una pacífica multitud y caldear los ánimos, manejar la
porra y pegar hostias. Y lo cierto es que para eso no tienes precio,
aunque el despliegue militar de ayer (con casi 1.500 efectivos,
carretadas de lecheras, helicópteros, caballos, vallas, pelotas de goma)
le haya salido por un pico al contribuyente. Con lo que te pagaron ayer
a ti y a tus colegas por acojonar y romper huesos, se podía haber
construido un colegio.
Da la casualidad de que ayer pasé frente al Congreso, no por Neptuno,
sino por la Carrera de San Jerónimo, y vi la tremenda multitud a la que
tenías que hacer frente: muchos jubilados, algunos con bastón, una
señora armada de un silbato, otra con una camiseta contra los recortes,
un montón de jóvenes de ambos sexos, unos cuantos fotógrafos, e incluso
una pareja de ciegos que paseaba de arriba abajo tentando el aire.
Aunque para ciego tú, querido policía, ciego y sordo, blindado de arriba
abajo, envuelto en tu escudo y tu casco pretoriano para demostrar una
vez más que no estás ahí para defender al pueblo sino para todo lo
contrario. Al verte, tan chulo, tan orgulloso de tu fuerza, recordé a
aquel anti-disturbios que me tropecé ventitantos años atrás, en una
manifestación universitaria, un tipo grande como una montaña al que oí
gruñir mientras acariciaba la porra:
"Qué ganas tengo de repartir hostias".
Querido policía, sigues siendo la misma bestia sin ojos y sin alma de
toda la vida, la misma máquina de golpear de hace veinte años y de hace
cincuenta años. Te conocemos ya porque te hemos visto antes, te hemos
visto muchas veces, vestido con ese o con otro uniforme, el perro de
presa del dinero, el esbirro imprescindible de todo poder y toda época:
el mismo cosaco a caballo que golpeó al pueblo hambriento hasta la
muerte en la Plaza Roja, el policía gordo que apaleaba negros en
Mississipi, el tanquista ruso que entró a sangre y fuego en las calles
de Praga.
Querido policía, debes de sentirte muy hombre sabiendo que enfrente sólo
tienes manos desnudas y palabras, debes de sentirte justificado en tu
violencia cuando hasta tú te tragas tus propias mentiras y acabas por
creer que estabas haciendo frente a tácticas de guerrilla urbana cuando
allí sólo había gente que no venía ni a tomar el Congreso ni a
secuestrar diputados sino a expresar su rabia, a gritar que ya están
hartos de tanta mentira y tanto expolio. El Congreso ya está tomado por
una banda de cuatreros que ha incumplido todas sus promesas, unos
sicarios del poder financiero al que sirven con la misma devoción que
vosotros a ellos. Ya sé que lo tuyo no es pensar, pero piensa por un
momento que si la muchedumbre de ayer hubiera ido con ganas de bronca,
probablemente no habrías salido tan bien parado.
A veces me pregunto cómo será eso de llegar a casa con el deber cumplido
cuando tu deber consiste en agarrar del cuello a una mujer, en abrirle
la cabeza a un señor indefenso, en reventar a palos a un joven tirado en
el suelo. Ya sé que te pagan a tanto por hostia y a doble por cabeza
abierta, pero te advierto que la gente se está empezando a hartar de que
la traten como a ganado, de que la ordeñen cada cuatro años y la
aporreen siempre que les apetezca.
Que duermas bien, machote.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
eQuo Alcorcón respeta todas las opiniones, pero por favor, hazlo con moderación